Götzelsdorf, nacidos en los Alpes Rosarinos
Una historia de alquimia emocional, memoria líquida y futuro embotellado

Götzelsdorf, nacidos en los Alpes Rosarinos
Una historia de alquimia emocional, memoria líquida y futuro embotellado
En una cocina rosarina que huele a cítricos, madera y tiempo, un emprendedor practica su alquimia líquida. Se llama Martín Vagó, pero bien podría llamarse, por ejemplo, Hérbor, El Guardián del Sabor. Desde 2020, transforma recetas centenarias en licores que no solo se beben: se recuerdan.
“Fue en plena pandemia. Tenía tiempo, silencio y una cocina llena de frascos vacíos. Al poco tiempo de mis primeros licores, me enteré de la existencia de un cuaderno viejo que alguien en mi familia guardaba como reliquia familiar. Lo había escrito mi bisabuela Anna, en Austria, en el pueblo de Götzelsdorf. Recetas de licores, conservas, tinturas… pero no eran recetas: eran rituales.”
Anna, la alquimista del pueblo
Anna nació en Götzelsdorf, un pequeño pueblo austríaco donde los inviernos eran largos y las cocinas, el corazón de cada casa. Desde chica, tenía una sensibilidad especial: podía distinguir el aroma de una flor antes de que abriera, o saber si una fruta estaba lista solo con mirarla.
Su madre decía que tenía “nariz de luna” y “manos de rocío”. No era bruja, ni curandera, ni cocinera: era alquimista emocional. En su cuaderno, que siempre llevaba envuelto en tela bordada, anotaba recetas que no solo curaban el cuerpo, sino también el alma.
“Licor de mora para corazones rotos.” “Tintura de limón para días sin sol.” “Infusión de hibiscus para sueños que no quieren dormirse.”
Durante la guerra, Anna escondía frascos en los huecos de la chimenea. No por miedo, sino por esperanza. Decía que cada licor era una carta que el futuro sabría leer. Nunca vendió sus creaciones: las regalaba en bodas, nacimientos, despedidas. Cada frasco tenía una etiqueta escrita a mano y una pequeña flor seca atada con hilo.
Cuando murió, su cuaderno quedó guardado en una caja de madera, junto a una cucharita de cobre y una ramita de romero. Nadie lo abrió por décadas. Hasta que Martín, en Rosario, lo encontró.
Él nunca la conoció, pero cuando prepara el hibiscus, dice que siente que alguien lo observa con ternura. Que el licor canta, como si Anna estuviera ahí, aprobando la mezcla con una sonrisa silenciosa.
Y así, desde los Alpes a Rosario, Anna sigue destilando memoria.
Así nació Götzelsdorf, un emprendimiento que honra el legado de una mujer que escribía con tinta e intuición, y que hoy renace con alma local.
Frutales con memoria
La colección actual incluye:
• Cítricos vibrantes: naranja, limón, pomelo, con notas que despiertan
• Frutos rojos intensos: frambuesa, mora, arándano, con cuerpo y dulzura
• Hibiscus: el más especial, floral, especiado, con carácter y misterio. Un licor que parece hablar en voz baja, como los secretos que se cuentan entre hojas.
“Las botellas no se eligen, se encuentran. Las de cítricos son más altas, como si quisieran estirarse al sol. Las de frutos rojos son redondas, como un corazón. Y el hibiscus… ese necesita una botella que parezca un susurro” explica Martín, y curiosamente le comprendemos.
El ritual del druida
¿Martín no usa bata ni fórmulas químicas? No lo sabemos. Sí sabemos que usa intuición, paciencia y escucha. Su laboratorio es una cocina con frascos, flores secas, alcohol y cuadernos. Su método: observar, oler, esperar.
“Antes de llenar cada botella, pongo una ramita de romero -recordando a Anna- sobre la mesa. Es mi forma de pedirle al licor que conserve su alma. Luego, en silencio, vierto el líquido en tres tiempos: uno por la memoria, otro por el presente, y el último por lo que vendrá. Si el licor canta —porque a veces hace un sonido suave al caer— sé que está listo.” Nada. Curiosamente también comprendemos el ritual.
Lo artesanal como manifiesto
“Los licores artesanales son como cartas escritas a mano. No buscan gustar a todos, buscan emocionar a alguien. Lo artesanal no es solo el método, es la intención. Cada licor que hago tiene una historia, una fruta, una espera. Y eso no se puede industrializar.”
Lo que viene (pero no se cuenta)
Quedamos con Martín en que pronto nos volveremos a encontrar, para resolver los misterios de los sabores escondidos en cada hierba de una bebida secreta que prepara. Me dice que será especial para Rosario, evocando a los fundadores desconocidos de la ciudad que acaba de cumplir 300 caprichosos años “como si el licor viniera a completar la historia que la ciudad olvidó contar”… Nadie sabe su nombre, su color ni su fórmula -bueno, Martín sí. Pero se intuye que será emocional, territorial y profundamente original.
“Va a tener cuerpo, alma y acento. Va a ser como Rosario: intensa, amable, inolvidable. Pero eso… es un secreto.”
Licores Götzelsdorf no se fabrican: se invocan. Desde Rosario al mundo, con alma austríaca, corazón argentino y espíritu druídico.